sábado, 12 de octubre de 2013

Mudéjares y moriscos


Mudéjares y moriscos

Son conocidos como mudéjares a los musulmanes que quedan bajo dominio del poder cristiano tras el avance de éstos sobre territorio de Al-Andalus. En el territorio de la Corona de Aragón se les aplicó unas condiciones tolerantes para evitar el vaciamiento de la población conquistada, que habría paralizado la actividad económica. La mayor parte de este grupo social estaba asentado en el campo como siervos adscritos a los señoríos nobiliarios. Las comunidades urbanas de mudéjares, aljamas o morerías, formaban parte del tejido social de ciudades situadas, sobre todo, en el valle del Ebro y en el reino de Valencia.
La pervivencia de la tradición artística musulmana en la España cristiana medieval origina una nueva expresión artística: el arte mudéjar, que se distingue por el uso de materiales pobres y por su profusa y bella ornamentación de tradición islámica. Son notables en Aragón las torres ricamente decoradas con incrustaciones de cerámica y azulejo.
La rendición de Granada (1492) contempla unas condiciones generosas para la población musulmana, pero su integración plantea dificultades a la política de uniformidad religiosa de los castellanos. Para algunos, la situación ideal era la asimilación gradual, pero topó con el fanatismo de la Iglesia. La pragmática de 1502 les obligó a escoger entre la emigración o la conversión. De esta manera la población musulmana de Granada se transformó automáticamente en cristianos nuevos, llamados ahora moriscos, cristianos en teoría, musulmanes en la práctica.
La segunda rebelión de las Alpujarra (1568-1570) se debió al profundo descontento de los moriscos por el trato recibido. Sofocada la rebelión, Felipe II ordenó la dispersión de los moriscos por toda Castilla, pues consideraba muy peligroso dejar una población derrotada y descontenta en un espacio cercano a África.
La cuestión morisca seguía siendo la de una minoría no asimilada. El mayor obstáculo de su cristianización residió en la negligencia e intolerancia de la propia Iglesia, que menospreciaba a estas personas humildes. En Valencia el problema presentaba mayor gravedad, pues un tercio de la población era morisca e iba en aumento a causa de su mayor ritmo de crecimiento. Una coalición de moriscos y turcos parecía posible a las autoridades y las clases bajas cristianas también codiciaban las tierras ocupadas por los moriscos. Su expulsión (1609) fue el acto de un gobierno débil deseoso de conseguir una fácil popularidad en una época de creciente descontento; también ejemplifica la total despreocupación del gobierno de Felipe III por las realidades económicas.
Las consecuencias de la pérdida de una laboriosa comunidad de unas 275.000 personas -117.000 en Valencia y 61.000 en Aragón- fueron nefastas para una España de mentalidad aristocrática, que despreciaba el trabajo manual, y que sufría una profunda crisis demográfica y económica. En Aragón, la fértil banda al sur del Ebro quedó arruinada. Los efectos generales sobre la economía valenciana fueron desastrosos. El sufrimiento moral causado a esta minoría es difícil de ponderar.

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