Mudéjares y moriscos
Son
conocidos como mudéjares a los musulmanes que quedan bajo
dominio del poder cristiano tras el avance de éstos sobre territorio
de Al-Andalus. En el territorio de la Corona de Aragón se les
aplicó unas condiciones tolerantes para evitar el vaciamiento de la
población conquistada, que habría paralizado la actividad
económica. La mayor parte de este grupo social estaba asentado en el
campo como siervos adscritos a los señoríos nobiliarios. Las
comunidades urbanas de mudéjares, aljamas o morerías,
formaban parte del tejido social de ciudades situadas, sobre todo, en
el valle del Ebro y en el reino de Valencia.
La
pervivencia de la tradición artística musulmana en la España
cristiana medieval origina una nueva expresión artística: el
arte mudéjar, que se distingue por el uso de materiales pobres y
por su profusa y bella ornamentación de tradición islámica. Son
notables en Aragón las torres ricamente decoradas con incrustaciones
de cerámica y azulejo.
La
rendición de Granada (1492) contempla unas condiciones
generosas para la población musulmana, pero su integración
plantea dificultades a la política de uniformidad religiosa de los
castellanos. Para algunos, la situación ideal era la asimilación
gradual, pero topó con el fanatismo de la Iglesia. La pragmática
de 1502 les obligó a escoger entre la emigración o la
conversión. De esta manera la población musulmana de Granada se
transformó automáticamente en cristianos nuevos, llamados
ahora moriscos, cristianos en teoría, musulmanes en la
práctica.
La
segunda rebelión de las Alpujarra (1568-1570) se debió al
profundo descontento de los moriscos por el trato recibido. Sofocada
la rebelión, Felipe II ordenó la dispersión de los moriscos
por toda Castilla, pues consideraba muy peligroso dejar una población
derrotada y descontenta en un espacio cercano a África.
La
cuestión morisca seguía siendo la de una minoría no asimilada. El
mayor obstáculo de su cristianización residió en la negligencia e
intolerancia de la propia Iglesia, que menospreciaba a estas personas
humildes. En Valencia el problema presentaba mayor gravedad, pues un
tercio de la población era morisca e iba en aumento a causa de su
mayor ritmo de crecimiento. Una coalición de moriscos y turcos
parecía posible a las autoridades y las clases bajas cristianas
también codiciaban las tierras ocupadas por los moriscos. Su
expulsión (1609) fue el acto de un gobierno débil deseoso de
conseguir una fácil popularidad en una época de creciente
descontento; también ejemplifica la total despreocupación del
gobierno de Felipe III por las realidades económicas.
Las
consecuencias de la pérdida de una laboriosa comunidad de unas
275.000 personas -117.000 en Valencia y 61.000 en Aragón- fueron
nefastas para una España de mentalidad aristocrática, que
despreciaba el trabajo manual, y que sufría una profunda crisis
demográfica y económica. En Aragón, la fértil banda al sur del
Ebro quedó arruinada. Los efectos generales sobre la economía
valenciana fueron desastrosos. El sufrimiento moral causado a esta
minoría es difícil de ponderar.
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