martes, 28 de enero de 2014

El Sexenio Democrático



Tras la disolución de la Unión Liberal, volvió al poder el desgastado y desprestigiado partido moderado, grupo en que la reina se había apoyado. Los progresistas se retraen de la vida política porque estaban convencidos de que con unas elecciones amañadas el poder era inalcanzable por los medios legales y tampoco era probable que la corona les llamase a gobernar; sustituyen a sus líderes, apareciendo dos nuevas figuras: Sagasta, representante de la nueva generación, y el general Prim. Cobra importancia el partido radical demócrata.
Comienza el movimiento dirigido por unionistas, progresistas y demócratas para derribar a Isabel II: el Pacto de Ostende. Militares de prestigio se unen a la oposición isabelina (Prim, Serrano, Topete). Será la última revolución  liderada por una  burguesía que pretendía introducir reformas tendentes a modernizar el sistema liberal y capitalista. Sin embargo, el apoyo popular hizo que el movimiento adquiriera tintes revolucionarios, porque a la crisis política y financiera se le añade una crisis agrícola de subsistencias que agudiza el descontento social. Triunfa la Revolución de Septiembre, “la Gloriosa” (1868) nacida de este triple haz de factores políticos, sociales y económicos, que supone el destronamiento de Isabel II y la desaparición del régimen encarnado en su persona. Surgen Juntas revolucionarias por toda la geografía nacional, que proclaman libertades fundamentales.
El clima producido por este golpe de Estado creó un campo fértil para los proyectos políticos de la más diversa índole: desde la Monarquía constitucional a las fórmulas demócratas y republicanas, desde los moledos unitarios a los federales
La revolución de 1868 fue acogida con gran entusiasmo por amplias capas del pueblo porque se había hecho de la reclamación del sufragio universal verdadera bandera del liberalismo democrático. Se asiste así a una experiencia hasta entonces insólita en la historia de España: la irrupción de la democracia mediante la convocatoria de unas Cortes Constituyentes, reunidas por sufragio universal, cuyos vencedores serán la coalición del gobierno: progresistas, seguidos de los unionistas y, por último, los demócratas. También obtiene una importante representación el Partido Republicano Federal, que pone los cimientos sobre los que se construirían el Estado republicano.
Las Cortes promulgan la primera constitución democrática de España (1869), que hace de España una monarquía democrática, con su monarca sometido a la voluntad popular. Sus contenidos fundamentales: soberanía nacional, división de poderes, monarquía parlamentaria, derechos y libertades del ciudadano como: sufragio universal, libertad religiosa, libertad de expresión, libertad de enseñanza, derecho de asociación, juicio por jurado... Sin embargo, no satisfizo a casi nadie: los republicanos se opusieron al principio monárquico, los católicos a la libertad religiosa, los librepensadores al mantenimiento del culto. Mientras, los carlistas recobran nuevas esperanzas tras el destronamiento de Isabel II. El movimiento obrero, favorecido por el derecho de asociación, crece y se decanta por un sistema político de república federal.
Tras la regencia unipersonal de Serrano y el gobierno de Prim que llevan a cabo una política reformista, España conoce una nueva experiencia: la monarquía democrática con la proclamación de Amadeo de Saboya (1870). En la oposición se hallan carlistas, alfonsinos y republicanos. Las guerras carlistas, la guerra de Cuba, problemas financieros y conflictos laborales hacen que el primer ensayo democrático sea una experiencia efímera. Prim era el único que tenía formado un proyecto de gobierno; su asesinato dejó huérfana a la monarquía. Amadeo I, sin apoyo popular, con la opinión pública dividida y los dirigentes políticos que sustentan el trono divididos en radicales (Ruiz Zorilla) y constitucionales (Sagasta), abdica.
Comienza la experiencia de un nuevo sistema: la República, proclamada por republicanos y radicales, quienes desde el primer momento hicieron patente que carecían de un programa común (principalmente había desacuerdo entre un modelo de república federal o unionista), lo cual generó inestabilidad política. La I República, con sus sucesivos presidentes (Estanislao Figueras, Francisco Pi y Margall, Nicolás Salmerón y Emilio Castelar), contó con la oposición de los sectores conservadores, los carlistas y los alfonsinos. También hubo de hacer frente a las tensiones sociales (campesinos sin tierra de Andalucía, reivindicaciones obreras), la guerra en Cuba y la guerra carlista.
Además España vivió un nuevo problema: el episodio de los cantonalismos -movimiento que conjuga la autonomía con la revolución social-, cuando los republicanos federales más intransigentes proclamaron el cantón. Ésta será la causa principal de la caída de Pi, curiosamente el partido más federalista. En julio de 1873 se presentó un proyecto de constitución que presentaba por primera vez un modelo de Estado descentralizado. El giro a la derecha de Salmerón para restablecer el orden y lograr el reconocimiento de las potencias extranjeras se acentuó con Castelar. El golpe de Pavía disolvió las Cortes y puso fin a la República (4 de enero de 1874). Se inició una especie de dictadura militar presidida por el general Serrano.
Cuando la República cayó, después de once meses de haberse implantado, se habían ensayado todos los sistemas y todos habían fracasado. La misma burguesía que inició la etapa revolucionaria la cierra, apoyando la Restauración. Cánovas preparará la vuelta de los Borbones con el manifiesto de Sandhurst, modelo conciliador que perseguía el orden social y la estabilidad política, al dar cabida al máximo de posiciones y apartarse de los pronunciamientos, todo bajo un régimen conservador y católico, fundamentado en una soberanía compartida entre el rey y las Cortes. El golpe de Martínez Campos (diciembre de 1874) permitiría la llegada de Alfonso XII como nuevo rey.



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