La Encomienda
Efectuado
el descubrimiento se pasó, primero a la ocupación y después a la
explotación
de los inmensos territorios y recursos. Quedó
patente el hecho que la mano de obra sería la indígena (a la que se sumaría luego
la esclava). Se instituyó por esto el repartimiento, entregando
cupos a los españoles para que los utilizaran en labores agrícolas
o mineras. El total exterminio de los amerindios de las islas del
Caribe, a causa de las enfernedades, de su desarraigo familiar y de
su brutal explotación, aconsejó sustituir el repartimiento por una
institución de origen castellano: la encomienda (Leyes de Burgos, 1512).
Por
la encomienda, un grupo de familias de indios, con sus propios
caciques, quedaba sometido a la autoridad de un español encomendero.
Se obligaba éste a proteger a los indios que así le habían sido
encomendados y a cuidar de su instrucción religiosa. Adquiría el
derecho de beneficiarse con los servicios personales de los indios
para las distintas necesidades del trabajo y de exigir de los mismos
el pago de diversas prestaciones económicas. Sin embargo, se puede
afirmar que no pocos encomenderos las incumplieron e impartieron un
trato a los indígenas equiparable a la esclavitud.
A
causa de estos abusos se suscitaron en torno de esta institución
polémicas doctrinales ardorosas. Combatieron su licitud,
principalmente, teólogos y moralistas como Fray Bartolomé de las Casas, el apóstol de
los indios. Estas polémicas tuvieron repercusión
y se promulgaron leyes protectoras del trabajo del indio y se llegó
a decretar en 1542 la abolición de las encomiendas (Leyes
Nuevas). Su aplicación
provocó protestas generales de los colonizadores y rebeliones
sangrientas. Persistieron las encomiendas, pero se prohibieron los
servicios personales de los indios encomendados y sólo fue lícito
exigirles el pago de un tributo tasado por las autoridades. Sin
embargo, su cumplimiento no se logró de un modo absoluto y general.
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