La construcción del ferrocarril
Clasificación
Se
trata de un texto historiográfico, en concreto, un ensayo de carácter
político-económico. Su fuente es secundaria pues es un escrito del 1994 sobre
acontecimientos del s. XIX. Su autor es el reputado economista Gabriel Tortella, de conocida tendencia
liberal. Está destinado a los especialistas y estudiosos de la historia de la
economía de España.
Dicho
texto se contextualiza en la incipiente revolución industrial española durante
el liberalismo isabelino, dentro de la cual el transporte ferrovierario
revestía una gran importancia. El autor hace referencia a la llegada al poder
del partido progresista en 1854 tras el golpe militar de O’Donnell conocido como la Vicalvarada,
entre cuyos motivos se halla precisamente la parálisis en que se encontraba la
construcción del ferrocarril.
Análisis
Análisis
Nos
encontramos con un texto muy crítico sobre las circunstancias que rodearon la
construcción del ferrocarril, pues se critica en primer lugar su tardanza, que
el autor imputa tanto al subdesarrollo económico en que estaba inmersa España
durante la época isabelina como a la ineficiencia de sus gobiernos; y aún más
crítico se muestra sobre el modo en que se llevó a cabo su construcción; en
concreto, el autor atribuye a la precipitación su mala planificación, financiación
y trazado, que determinaron “una infraestructura física y una estructura empresarial endebles”. Por último, se afirma que su explotación resultó un mal negocio.
Comentario: características y aportación al desarrollo económico
En
la época isabelina, lo más transcendente en el transporte terrestre fue la
construcción de la red ferroviaria. Con la excepción de unos cuantos tramos
cortos (Barcelona-Mataró, Madrid-Aranjuez, Langreo-Gijón), dicha red no comenzó
a construirse hasta después de promulgada la Ley General de Ferrocarriles de 1855. Anteriormente, se promulgó la
real orden que disponía, entre otras cosas, que el ancho de vía fuese de 1, 67 m, unos 15 cm mayor que la norma
europea (1844), error
técnico que contribuyó a aislar a la economía española de la europea y que fue
una de las causas del retraso del tráfico ferroviario frente al marítimo. Dicho
error se debió a que se creyó necesario
un ancho de vía mayor para facilitar el equilibrio de las máquinas de vapor a
causa de la dificultosa orografía peninsular.
Las
razones por las cuales se tardó tanto en construir el ferrocarril en un país
que tanto lo necesitaba hay que buscarlas en el atraso económico y social
que hacía que el capital, el nivel técnico y la iniciativa empresarial fueran
insuficientes. La falta de visión y de efectividad del gobierno moderado en
lugar de suplir la insuficiencia privada la aumentaban.
Las cosas
cambiaron con la llegada al poder de los progresistas, que eran un partido en
favor del desarrollo económico y de la importación de capital. En el decenio que siguió a la
mencionada Ley General de Ferrocarriles de 1855 entraron en funcionamiento unos 4.500 km de vía, quedando construida
la red básica, con una estructura radial, quedando Madrid estratégicamente
situada como nudo ferroviario. El centralismo liberal tuvo mucho que ver en
este resultado (se promocionó este trazado desde las subvenciones públicas).
Por el contrario, el mayor dinamismo periférico (con mayor población, mayor
desarrollo económico y abierto al mar y al comercio marítimo) fue desatendido
en mayor o menor medida; por ello el autor habla de un trazado especulativo. Las causas del rápido ritmo de construcción son: el
decidido apoyo estatal, la importación masiva de capital, tecnología e
iniciativa extranjeros (sobre todo de Francia), y la aportación de capital e
iniciativa nacionales, sobre todo en Cataluña, País Vasco y País Valenciano.
A esta etapa sucedería una década dramática para la
economía y la política españolas que repercutirían en el transporte
ferroviario. A la crisis internacional de los años sesenta se sumó una
depresión interna que coadyuvaron a la sacudida política y social de la revolución de 1968. La construcción
ferroviaria quedó prácticamente paralizada, reanudándose a lo largo del último
cuarto de siglo bajo el signo de la concentración,
ya que de la crisis emergieron sólo las compañías más fuertes: Ferrocarril del Norte y MZA (Madrid-Zaragoza-Alicante),
a las que se unió Ferrocarriles Andaluces.
En esta nueva fase constructiva se conecta zonas mineras con el resto del país,
pudiéndose afirmar positivamente que la causa tuvo que ver con el auge de la
minería.
El impacto del ferrocarril en la economía española fue
muy importante. Dentro de las repercusiones se puede hacer la distinción entre conexiones hacia atrás (efecto
estimulante que el sector ejerce sobre las industrias que lo abastecen) y hacia adelante (contribuciones del
sector a la economía). Dentro de las primeras tuvo importancia la demanda de
carbón y de madera (aunque aumentó la desforestación); mayor importancia tuvo
aún en el empleo, pues se dio trabajo a unas 125.000 personas, aproximadamente
la tercera parte del sector transportes. Sin embargo su
contribución a las industrias siderúrgica y mecánica no fue muy significativa
antes de la llegada del siglo XX, porque apenas se hallaban desarrolladas,
debiéndose de importar los materiales. Respecto a las conexiones hacia adelante, no hay duda que España, con sus
características físicas, no hubiera podido modernizarse sin una red ferroviaria
que paliase sus pésimas condiciones de circulación (España es el segundo país
de Europa en altitud, tras Suiza). El ferrocarril abasteció de alimentos y
materias primas a las ciudades, transportó los productos industriales de unos
centros urbanos a otros y de éstos a las comunidades rurales, dio fluidez al
mercado de trabajo e hizo crecer a la agricultura. En definitiva, sin el
ferrocarril hubiese sido imposible la industrialización y la modernización de España.
Como muy bien dice el autor del texto, el ferrocarril
era indispensable, aunque deplora los muchos errores cometidos durante su
construcción y las consecuencias negativas que arrastró. El autor afirma: las expectativas de beneficios de la explotación quedaban defraudadas porque, a parte de las razones ya aludidas arriba de excesiva
precipitación y trazado especulativo, se atrajo capital de
manera irreflexiva y las concesiones a los constructores se hicieron de manera
indiscriminada. Resultado: excesivos costes financieros y construcción de baja
calidad, de modo que los beneficios asegurados del constructor se convirtieron
en costes adicionales para las compañías usuarias de la red, resintiéndose la
futura renovación de la débil infraestructura creada, que las compañías no se
podían permitir por la falta de beneficios. Al faltar la inversión, la red
resultó a la postre poco densa.
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